Hace ya horas que ha anochecido y otra vez me vuelvo a perder la despedida del sol. Que coincidencia, se nota que las despedidas no son lo mio, más bien son mi punto débil, y más si esa despedida me atraviesa como una bala, y se queda ahí, incrustada en el más profundo rincón de mi pecho, sin que nadie la saque. Supongo que es mejor que te hagan daño de un golpe, que poco a poco. Y es que a ti te puedo comparar con un cigarrillo, matas poco a poco, sin que me de cuenta. Tus besos, como las caladas, uno detrás de otro, pensando en el siguiente, ignorando en el daño que me harán.
Me pisas como a una colilla, y yo me consumo y desvanezco como la ceniza. Y es que yo no sé reglas en esto del amor, no entiendo de flores ni bombones, de cartas con olor a perfume o de peluches de tres metros.
Yo sólo sé, que no sé nada, que todo lo dejo del revés, que no es fácil hacerme daño, pero cuando lo consiguen me vuelvo de acero. Que soy una náufraga sin provisiones en tus ojos, que no dejo de correr entre tus huesos buscando alguna salida, que daría mucho por olvidarlo todo, pero daría más por volverlo a repetir. Que soy como una bailarina coja, un pirata sin tesoro, un niño sin sonrisa.
No sé si serán las mentiras con whiskey, o la falta de verdad que inhalo en la barra del bar desolación, lo que me hace escupir tantas falacias. Y es que si jugamos a perderte, siempre pierdo yo, te marchas con una sonrisa entre cortada, y yo con cara de póquer me quedo ahí, con los bolsillos del revés, sin más capital que unas cuentas lágrimas de más. Y esas, amigos, son las peores despedidas.
miércoles, 11 de marzo de 2015
Despedidas trangresivas.
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