domingo, 25 de mayo de 2014

Tardes de lluvia.

De pronto me calló una gota y desperté vi que provenía de una de las goteras del techo de aquella vieja casa de madera, serían poco más de las seis. Me levanté, bajé las escaleras con cuidado pues los escalones parecían que se fuesen a derrumbar de un momento a otro y me dirigí a la cocina, bueno lo que quedaba de ella, cogí la taza de café que me dejaste y me senté en frente de la ventana. A penas llovía pero aún se podía oír el silbido del viento entre los frondosos árboles, era una de mis melodías preferidas. Cuando paró de llover salí en tu busca, seguí el camino hacia la pequeña laguna y allí te encontré, salías de lo que parecía un largo baño aún haber estado lloviendo casi todo la tarde. Nada más pisar la orilla corriste deshaciendo mis pasos gritando que te esperara ahí. Confusa me senté en la orilla y con la punta de los dedos empecé a dibujar pequeñas hondas en el agua, estaba congelada no entendía como podías haber estado tanto tiempo sumergido. 
Oí un ruido y antes de poder reaccionar ya tenías cogida mi mano impulsándome para que me levantase. 
Marchamos apresurados por un sendero rodeado de plantas mojadas, notaba la tierra húmeda en mis pies y el vuelo de mi vestido bailaba al compás del aire dirigido por el rápido ajetreo de nuestras huellas.
Paró en seco, unas hojas entrelazadas cortaban el paso, las retiró con delicadeza y allí estábamos, era de esos lugares que solo existen en tu imaginación, o eso piensas. Unas rocas apiladas en forma de escalera por las cuales corría un pequeño reguero de las altas montañas todo ello rodeado por una densa vegetación dejando pasar los rayos de Sol justos para aclarar la vista, era maravilloso. Nos sentamos en la última, la más alejada, la sonata que interpretaba el agua era inexplicable. 
Me rodeó una de sus manos por mi cintura con suavidad y yo me quedé mirando su tez aún mojada y cómo las gotas se columpiaban en sus pestañas y nariz. 
Me acerqué a su sonrisa, nuestras pupilas jugaban mientras su mano acariciaba la constelación formada por los lunares de mi cuello. Tus labios se perdieron en los míos, estaban congelados, un frío se propagó por todo mi cuerpo... Ojalá sintiera ese frío todos los días.

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