domingo, 18 de mayo de 2014

Ésta va por ti.

Un frío día de invierno del 2008 tu voz se apagó, tus ojos ya no brillaban y tu carmín rojo ya no ha sido utilizado más. Tu alma se fue, ya no ha de volver.
La nana que me cantabas ya no ha vuelto ha sonar, la melodía fue mutilada.
Echo de menos tumbarme a tu lado mientras que me acariciabas la mejilla para que me durmiera y luego me dabas un beso en la frente, solías decirme que era para protegerme de las pesadillas, no recuerdo si era cierto pero se que a veces fingía tener miedo para que no te separases de mi. Supongo que algo de temor si que tenía a que te marcharas y no regresaras.
Cuando me despertaba me dabas una magdalena y una onza de chocolate puro era algo habitual, luego tomabas mi mano y con tranquilidad íbamos al patio donde me recogías el pelo, siempre con una coleta, decías que así se me veían mejor mis ojos color avellana; yo nos les veía nada en especial pero a ti te encantaban.
Tu sonrisa me iluminaba el día y tus ojos bañados por un azul cielo son imposibles de olvidar.
Algo cotidiano era regar los rosales que tu tanto cuidabas sobre todo los de rosas blancas. Siempre acababa empapada y me sentabas en una vieja silla al Sol, detestaba estar al Sol pero pronto me desenfadaba cuando te acercabas a darme un caramelo de café, siempre de café.
Un día enfermaste no parecía nada grave, la última vez que te vi me dijiste que no me preocupase que no importaba donde estuviese que me iba a seguir cuidando, no tendía nada; ahora todas esas palabras cobran sentido. Tres días después de aquello me dejaste, seguiste aquel camino inhóspito.
En este momento no puedo hacer más que llevarte una rosa blanca de aquellos rosales, aún están ahí; y escribirte estas palabras ahogando las letras con mis lágrimas mientras contemplo tu última foto.
Siempre estarás aquí conmigo, protegiéndome.
Te quiero, abuela.

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