viernes, 27 de mayo de 2016

La historia de un salvavidas nocivo.

Para mí cualquier lugar es mi hogar si es contigo,
así que abre tus puertas y subamos hasta la azotea para ver cómo nos mira la Luna con lujuria.
Y si me bajas los miedos del desván y me los entregas envueltos en papel de "ojalá",
los guardaré en el cajón de las cosas inservibles.
No me regales promesas de porcelana,
ni "te quieros" a regañadientes.
Solo quiero un trocito de tu tiempo,
y ver cómo corren las horas en el recorrido de mi espalda con tus dedos.
Ven y cántame bajito, que me duelen los recuerdos,
calculemos las línea espacio-tiempo entre tus labios y mi cuello.
Arráncame una carcajada del pecho,
y luego hazla añicos en la sonata triste del abrazo de después.

Mi musa, tan ciega como aquel que no quiere ver el dolor en los ojos de un niño que escapa de las bombas.
La tuya, tan muda como el grito desesperado de un corazón que muere solo.

Intentas tapar mis heridas de guerra con tus cicatrices mal cosidas pero, déjalo,  yo estoy hecha para acumular marcas de batalla.

Lo nuestro lo podría definir como la carcajada posterior a la cadencia final de un llanto, antes de que nos arrase el huracán y acabe con todo.
Medioperfecto,
medionada.
Efímero como un suspiro entre el conjunto armónico de dos respiraciones aceleradas.

Ahogados entre unos versos subrayados con agua y sal.
No me tires tu salvavidas pero,
no me dejes morir.

Las palabras se me atragantan y me impiden decirte
que sin ti la primavera no desnuda al invierno.


Y tú te vas,
y yo me pierdo,
y cuando me encuentro, me tropiezo.
Y apareces entre mis cosas,
y no soy capaz de cerrar la puerta y huir.

Si me caigo, no me ayudes, puedo sola pero,
levanta conmigo el mundo y escampa la noche,
por si te vuelves a ir,
y yo, esperándote sentada en la azotea decido descubrir que hay más allá de la cornisa.

Saltar.
(Saltar sin desplegar las alas,
saltar sin poder volar,
saltar para, con el corazón, aterrizar)




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