Rose era una de esas tantas chicas tímidas, poco sociables, esas que se sientan en última fila, y que cuando tienen oportunidad se meten con ellas. Rose prefería quedarse encerrada en su habitación explotando su imaginación sobre un folio en blanco, mientras escuchaba música.
Nunca le había importado las palabras envenenadas que le inyectaban cada día; pero hubo un momento en el que le dijeron una palabra, una simple palabra, la cual arrastraba un sin fin de agrios recuerdos, pues ella en el pasado lo pasó muy mal por aquello... ¡Gorda!, hizo como si nada, pero le caló tan hondo que nadie pudo notarlo. Caminando de vuelta a casa aún rememorando aquello, se quitó con fuerza los auriculares aunque estaba sonando su canción favorita, le era imposible escucharla. Llegó a su cuarto y se sentó en frente del espejo, se levantó la blusa, cabizbaja rompió a llorar, acabó por tapar el espejo; le daba asco lo que veía. Pasaban los días todo era cada vez peor, no quería pisar la calle, a penas comía, lo poco que comía lo vomitaba y comenzó a llevar cada vez ropa más ancha. Vivía en una pesadilla constante, ahogada en sus complejos y miedos, su única compañera fiel era la blanca Luna. Pasó el tiempo concreta mente 44 días, retiró la sábana del espejo, se puso en frente y se levantó la blusa, como la última vez. Las costillas ya se le marcaban en su torso y su clavícula hundida mostraba las consecuencias de aquel trastorno; pero ella no se veía así; para ella esa realidad era incierta, se veía más gorda. Acariciándose las ya marcadas ojeras notó como de sus vidriosos ojos nacía una lágrima que terminaba por ahorcarse a la altura de su cuello, temblando se levantó, cerró los puños con fuerza y con uno de ellos golpeó con sequedad el espejo, haciéndolo añicos. Los vidrios clavados entre sus nudillos y la sangre que los rodeaba no parecía importarle; los recogió, se dirigió al baño y los dejó encima del lavabo. Llenó la bañera con agua tibia, se desvistió y se sumergió. Debajo del agua reflexionaba sobre la idea que había tenido de desaparecer, que por valentía o cobardía, según se mire, no había llevado a cabo. Sacó la cabeza para tomar aire y se quedó mirando un trozo de espejo afilado y brillante, estiró el brazo y lo cogió. Se reflejó en él y pudo ver como el maquillaje negro de sus ojos ya le tapaba la tez. Introdujo el cristal en el agua, a la altura de sus muñecas y el agua se tiñó de rojo.
Rose consiguió huir de aquel oscuro sueño.
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