- Hace un año que ya no estás aquí, extraño cuando me cogías la mano sin razón y apretándomela me mirabas con una sutil mueca.
Ya no he llorado más como te prometí, aunque es muy duro, intento tragarme todas mis penas y la amargura y sonreír, como me dijiste.
Se me hace tan grande la cama pues aún no me he acostumbrado a que tu lado esté frío y que te aroma ya no se perciba; siempre llevo tu foto, es lo único que me queda.
Hoy he vuelto a ir al estanque donde solíamos ir, ¿te acuerdas? Ya no es lo mismo.
En el viejo puente asomada contemplando mi reflejo aún tengo la esperanza de que aparezcas por la espalda, para tirar piedras al agua como de costumbre.
Bajé y me descalcé las piedras de la orillas se me clavaban en los pies y entonces sentada metí los pies en el agua, estaba helada pero poco me importaba pues quería volver a esas tardes en las que jugábamos como niños en el agua y al final siempre me abrazabas por detrás, tus dedos merodeaban mi ombligo y tus labios besaban mi mejilla.
La suave brisa me recordaba cuando me acariciabas con las yemas de tus dedos apartándome el pelo de los ojos, que poco te gustaba que lo llevase en la cara, mientras que yo fruncía el ceño, me gustaba llevarlo alborotado.
Nuestro árbol no está, ya ninguna sombra me cobija, sólo queda una parte del tronco. Me quedé hasta que la noche oscura fue iluminada por la Luna llena y me tumbé preguntándome:
¿Dónde estás? ¿por qué a ti? He de decir que ahí rompí la promesa y una lágrima brotó de mí, pero pronto la paré en seco con mi dedo índice. Antes de irme arranqué una margarita, tu preferida y la dejé en el tronco.
Sé que nunca te podré dar ésta carta pero me gustaría tanto que bajaras un momento de ahí arriba, la leyeras y juntos ver el último amanecer.
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