Hay personas que entran en tu vida, dejan un par de recuerdos, tres heridas y algún momento de éxtasis a su paso, y después se largan dando un portazo.
Visitando tu memoria cuando dos copas de champán se besan a las 00:01 del treinta y uno de diciembre, o cuando tus facciones cuentan con una arruga más.
Hay otra personas que entran disfrazadas de "calma post-tormenta" y se aferran a ti.
Se aferran a ti con la misma fuerza con la que la primavera le gana la batalla al invierno cada año y,
te puedo jurar,
cariño,
sin cruzar los dedos detrás de la espalda, sin trampa ni cartón,
que esas personas son magia, los pilares que mantienen en pie tu ruina,
y,
una vez que te dejan su abrigo de salvavidas y, con fuerza, te cogen la mano,
no se irán jamás.
Luego estás tú.
Que entraste derribando la puerta con una patada (a mis esquemas),
causando, así, un terremoto,
dejando todo en ruinas, hecho añicos (el corazón).
Para que, un viernes trece, te escaparas por la venta, dejando conmigo un amargo y húmedo
"volveremos a vernos", disfrazado de un "adiós".
Nunca creí en la mala suerte pero, ese día la pude tutear con los dedos,
como quién tutea la felicidad de un niño con un caramelo.
¿Volver?, claro que volviste,
intentando arreglar el destrozo que causó el tsunami de tu sonrisa por mi pasillo.
Y yo,
yo te dejé entrar, como quién le da la combinación de la caja fuerte a un ladrón, o una azotea a un suicida.
Una vez te dejé entrar, ofreciéndote el único rincón de mí que aún esta sin destrozar,
(y otra vez,
y otra,
y otra...)
Hasta que todo se vino abajo y tuve que refugiarme, con todos los recuerdos hechos un nudo (en la garganta, debajo de un puente.
Lamentablemente.
volvería a meter todos los miedos, grietas y cicatrices
en la caja que solía guardar en el desván del olvido.
Y desempolvaría todos mis absurdos sentimientos hacia ti,
por sentir otra vez aquel primer temblor que me causaste.

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