jueves, 10 de diciembre de 2015

Querer, amar y desaparecer.


Solía escribirle un poema todos los días.
La bañaba en cada verso,
la moldeaba en cada metáfora.

Llegada a ser comparada
con el otoño,
con el café,
con un libro virgen,
con el cigarro de después.

La quería cuando reía primaveras
y cuando sus palabras derrochaban invierno.
Cuando sus ojos lloraban abriles
y cuando en el roce de sus dedos nacía el verano.

Él se limitaba tan solo a verla vivir.

Era un figurante entre su sonrisa de arlequín,
de comediante.
Reñía con los versos y se vaciaba de palabras,
para que la suma de los fetiches poéticos
fuese igual a la de los pecados restantes.

Comenzó a amarla en noviembre,
cuando todo muere, menos ella.

La amó a ciencia cierta,
con pronóstico vacío e incierto.
La amó en los solos de piano,
en "Pájaros de Portugal" de Sabina.
La amó en libertad y a escondidas.

Pero un día ella se fue.
No dejó ni una despedida con la que tropezar.

Y los poemas, poesías,
dedicatorias y cartas
le vaciaron las entrañas.

La máquina de escribir plagada de recuerdos
y sentimientos a medias,
se llenó de polvo y telarañas.








No hay comentarios:

Publicar un comentario