sábado, 4 de julio de 2015

Tres minutos y treinta y tres segundos.

Las tres de la mañana, vuelvo a refugiarme en cuatro versos amargos y el final de la quinta copa, para autoconvercerme de que estoy mejor sin ti.
Ya hice balanza de los pros y los contras, y fue la balanza la que se acabó rompiendo, igual que aquel sueño que tenía hace unos meses, que ahora sólo es un deseo utópico, que, como un espejismo se refleja en brazos de otras personas que no eres tú, ingenua de mi, cómo comparar el fuego de tus labios, con el calor de invernadero de otro maniquí. Y sí, digo maniquí, porque cuando los besos son esparcidos por su cuello no siento besar Manhatan ni Egipto, si no, una caja de cartón, esa caja donde metiste tus cosas y con un portazo me dijiste adiós.
Adiós, adiós sin puntos suspensivos, ni interrogación, sin pie para comenzar desde cero otra vez, ni derecho a testificar. Un adiós con punto y final, de esos que duelen, desde adentro y no salen afuera, se quedan ahí a vivir para siempre, cangrenandome poco a poco el corazón. Y mientras mato el cigarro en la cornisa del balcón me pregunto cómo serían las cosas si nada hubiese pasado aquel triste día noviembre. Cogiste el otoño y te lo llevaste, sin opción a custodia compartida de primavera, dejandome tan sólo con el solsticio de invierno entre mis manos.
El café ya no me sabe bien si no es compartido. Entre libros me refugio en el colchón cada noche de verano.
¡Qué deshabitadas están las sábanas sin ti!
Parece que han venido los maderos a desalojar a palos el perfume de tu piel, malditos bastardos, era lo único que me quedaba. Y ahora cada tres minutos y treinta y tres segundos miro el móvil por si te dignas a aparecer entre mensajes que pasan desapercibidos. Los minutos se convierten en horas, y las horas en quinientos recuerdos rotos sobre la almohada. Liberaste de la jaula al pequeño monstruo que llevo dentro y ahora soy yo la que me siento enjaulada. Si las tardes de dos corazones que buscaban cobijo en una misma canción se han acabado, si de verdad se acabaron, el mundo se me caerá encima, y con él, el salvavidas que me socorría de ahogarme en un mar de dudas.
Aunque ahora me sienta naufraga de tus ojos, jamás volvería a bucear buscando tu Atlántida.
Y tú, que te disfrazas de incertidumbre, me haces replantearme la existencia del universo en tus labios, de Venus en tus mentiras y Júpiter en tus medias verdades.
Y yo, que ando más perdida que un payaso en un funeral, me acojo a la remota idea de que algún día volverás. A romperme los esquemas, ponerme del revés la rutina e inyectarme en el corazón un poco de cafeína para poder soportar el día a día.

...

Cada tres minutos y treinta y tres segundos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario