Observas con añoro una foto de ella, no es su mejor foto, verdad, pero tiene algo especial que te gusta. Sale con la mejor sonrisa que podría poner después de venir de fiesta. Lleva el pelo ligeramente recogido, un vestido negro ceñido que tan bien le quedaba y los tacones en la mano, "demasiados bailes por hoy", (parecían gritar sus pies). Aunque conociéndola cambiaría todo aquello por unos vaqueros, una camiseta dos tallas más grandes de lo necesario, unas zapatillas, el pelo suelto y toda una noche en el sofá.
Sin embargo, también sabes que le encantaría recorrerse de punta a punta la ciudad hasta hallar el último bar abierto, sentarse en la barra con algún desconocido que finge ser un poeta de alcantarilla y, allí contarle sus penas mientras de fondo suena una y otra vez la misma canción, o eso lo parece.
Se hacía la dura, como si nadie pudiera romperle la armadura que se construyó con el paso del tiempo, pero todo el mundo sabe que cuando ríe, pequeños cristales rotos se oyen en su interior. Las malas lenguas también cuentan que no le puedes hacer llorar, pese a que sea de lágrima fácil, aunque te puedo asegurar que ha derrochado más de una lágrima en la salia de emergencia. Siempre utilizaba esa puerta para todo, según ella era una forma de escapar y que de esa manera vive más gente de la que pensamos, escapando de todo sin enfrentarse a nada.
Los domingos la puedes ver en la estación de tren, el viento despeina su melena y ondea el vuelo de su falda. Dice que va ahí porque es el epicentro de todas las emociones. Unos, van persiguiendo algún sueño y otros los olvidan en alguna calle de la ciudad, unos, van en busca de la felicidad y otros la abandonan en el andén.
Ella tan sólo observa detrás de un pilar y hace distinguir una peculiar mueca entre las pecas, las ojeras y los labios agrietados, no por el frío precisamente.
Todos sabemos muchas cosas, pero sólo tú sabes que puede volverse loca escuchando cualquier canción de Extremoduro y que después, se le caiga el mundo encima con algún verso amargo de Sabina. Que cada pestañeo de sus ojos te rompe un poquito el corazón, y que por su clavícula navegan los soñadores. Que con la cremallera de sus caderas se te abre el cielo, pero te deja en las puertas, mendigando en la calle algún modo de conseguir la llave.
Que tiene un idioma que nadie entiende y que prefiere vestir de colores apagados, para que su sonrisa no se note que lo está hace ya demasiado.
Prefiera hablar y cagarla antes que callar y quedar de cobarde, que por desordenada anda hasta su cabeza, y que pocas veces consigue llegar a querer a alguien pero, cuando lo hace, lo hace con lo más grande de su corazón y con cada uno de los cinco sentidos, y claro, así le va.
Todos saben muchas cosas, pero sólo tú sabes que la dejaste marchar, perdiéndola, por gilipollas.
No presumas de haberla tenido dando la vida por ti, porque ahora careces de ella.
martes, 6 de enero de 2015
No presumas de lo que careces.
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