miércoles, 2 de julio de 2014

Miel, humo y vainilla.

- Me crucé con ella otra vez, en el mismo lugar, ala misma hora, otro miércoles más.
Sentada en el andén esperando el próximo tren, viéndose reflejada en un pequeño charco, ya casi inexistente, nacido de las repetidas lluvias de abril.
Llevaba unos vaqueros rasgados, las zapatillas medio desatadas y la chupa de cuero; de la cual sobresalía un paquete de tabaco. A juzgar por sus ojeras no había tenido una buena noche, pero aquellos rasgos se hacían ignorar por sus ojos color miel, los cuales no resultaba fácil olvidar. Sacó un cigarrillo y, posan dolo en los labios lo encendió, dejando así la marca de su carmín rojo en la boquilla. Se puso los auriculares, como no, me resultaba entrañable ver como, con el dedo anular marcaba el pulso de la canción contra su pierna derecha. De pronto paró y su mirada se perdió en las vías del tren, pues era el turno de aquella canción, esa que nos despierta miles de emociones, esa que tenemos todos, la que nos hace recordar, aquella que nos llega a lo más hondo y sale con la fuerza de un huracán...
En ese instante vi como una lágrima caía, acompañada de lo que parecía un intento de sonrisa. Fui dispuesto a recogerla a toda prisa, no quería que tocase el sucio suelo. Cuando me acerqué a ella le toqué el hombro, al girarse me clavó sus pupilas en las mías y desapareció. Se fue como si no existiera, como si nunca hubiera estado allí.
Sólo dejó en su memoria un olor a humo y vainilla.

¿Habría sido todo aquello una burda fantasía?

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