domingo, 27 de julio de 2014

Volar, correr y huir.

Cerré los ojos, una brisa leve pero constante me acariciaba, haciendo conducir un rápido escalofrío por todo mi cuerpo, eso me hizo abrir los ojos y alzar la vista al frente. Las amapolas del campo de en frente se movían al compás del viento, y la tierra del camino del fondo dibujaba pequeños remolinos. Giré la cabeza a la izquierda, negando así la vista hacia la ciudad y pude ver como los últimos pájaros alzaban el vuelo.
-¡Que bello sería ser pájaro!, pensé-
Volar de un lado a otro, sin preocupación, sin barreras; sólo viajar y viajar.
Con los últimos rayos de Sol, me tumbé por completo en la gran roca, sólo necesitaba un poco de silencio, un descanso de mi rutina, escaparme y que nadie se percatara de mi ausencia.
Sentí un fuerte impulso que me hizo ponerme en pié, mirando al horizonte, eché a correr atravesando el extenso campo, acariciando las rojas amapolas con las yemas de mis manos, insatisfecha seguí y seguí corriendo, sin rumbo, sin destino, sin causa ni explicación, hasta que mis pies dijeran basta.
No sé por qué hice aquello, supongo que necesitaba huir... Huir de ti.


viernes, 11 de julio de 2014

En el último segundo.

Ella era fría como el hielo, distante a los demás, directa y a veces se arrepentía de ello.
Era esa tipo de chica que, no se anda con segundas cuando te tiene que decir algo, y esa que está rota por dentro.
Cada noche andaba por aquella calle sin salida, recorriendo las ruinas del pasado, mal diciendo cada segundo que no estuvo a su lado. De charco en charco, con sus desgastadas botas vagaba sin más rumbo que la vieja parada de autobús donde, con una piedra rayaba los días que llevaba sin verle... Ya eran 72. Arrastrando los pies volvía a casa, mirando las estrellas, preguntándose si estaría en alguna de ellas; pues la soledad había abusado de ella.
Cerca de su casa se hallaba un callejón, se sentaba en un rincón donde la tenue luz de la farola no intervenía y, comenzaba a llorar. Ahí se desahogaba, donde nadie la veía pues, no le gustaba mostrarse frágil a los demás. Quería aparentar que era de piedra pero, en realidad era frágil como las alas de una mariposa. Entraba en su edificio y subía a la azotea para ver amanecer, otro día más sin verle. Harta de buscar y no encontrar, esa mañana se dio por vencida, no merecía la pena.
Hecha añicos, un día, conoció a esa persona que te pone tu rutina patas arriba, que te descoloca y te hace olvidar las penas, que ríe tus alegrías y que sabes que tienes que hacer todo lo posible para que permanezca a tu lado. Le hizo dejar atrás aquella nefasta historia de amor pese a esto, ella intentaba con todas sus fuerzas ser igual de fría que con los demás pero, era imposible, sabía de sobra que con el leve roce de sus manos podía hacer que se derritiera. Ese mismo día, al atardecer, regresó a la parada de autobús y, con la piedra dibujó una cruz al final de la fila de números, la cual significaba que la espera debía concluir, no podía seguir así, que ese barco zarpó hace tiempo sin billete de vuelta.
Y entonces comprendió que por mucho que quieras a alguien hay que dejarlo ir, aprender a mirar hacia delante, sin miedo a lo que pueda pasar...
Que hay que vivir en el último segundo, pues ahí es donde conoces a las mejores personas.



miércoles, 2 de julio de 2014

Miel, humo y vainilla.

- Me crucé con ella otra vez, en el mismo lugar, ala misma hora, otro miércoles más.
Sentada en el andén esperando el próximo tren, viéndose reflejada en un pequeño charco, ya casi inexistente, nacido de las repetidas lluvias de abril.
Llevaba unos vaqueros rasgados, las zapatillas medio desatadas y la chupa de cuero; de la cual sobresalía un paquete de tabaco. A juzgar por sus ojeras no había tenido una buena noche, pero aquellos rasgos se hacían ignorar por sus ojos color miel, los cuales no resultaba fácil olvidar. Sacó un cigarrillo y, posan dolo en los labios lo encendió, dejando así la marca de su carmín rojo en la boquilla. Se puso los auriculares, como no, me resultaba entrañable ver como, con el dedo anular marcaba el pulso de la canción contra su pierna derecha. De pronto paró y su mirada se perdió en las vías del tren, pues era el turno de aquella canción, esa que nos despierta miles de emociones, esa que tenemos todos, la que nos hace recordar, aquella que nos llega a lo más hondo y sale con la fuerza de un huracán...
En ese instante vi como una lágrima caía, acompañada de lo que parecía un intento de sonrisa. Fui dispuesto a recogerla a toda prisa, no quería que tocase el sucio suelo. Cuando me acerqué a ella le toqué el hombro, al girarse me clavó sus pupilas en las mías y desapareció. Se fue como si no existiera, como si nunca hubiera estado allí.
Sólo dejó en su memoria un olor a humo y vainilla.

¿Habría sido todo aquello una burda fantasía?