domingo, 25 de mayo de 2014

Tardes de lluvia.

De pronto me calló una gota y desperté vi que provenía de una de las goteras del techo de aquella vieja casa de madera, serían poco más de las seis. Me levanté, bajé las escaleras con cuidado pues los escalones parecían que se fuesen a derrumbar de un momento a otro y me dirigí a la cocina, bueno lo que quedaba de ella, cogí la taza de café que me dejaste y me senté en frente de la ventana. A penas llovía pero aún se podía oír el silbido del viento entre los frondosos árboles, era una de mis melodías preferidas. Cuando paró de llover salí en tu busca, seguí el camino hacia la pequeña laguna y allí te encontré, salías de lo que parecía un largo baño aún haber estado lloviendo casi todo la tarde. Nada más pisar la orilla corriste deshaciendo mis pasos gritando que te esperara ahí. Confusa me senté en la orilla y con la punta de los dedos empecé a dibujar pequeñas hondas en el agua, estaba congelada no entendía como podías haber estado tanto tiempo sumergido. 
Oí un ruido y antes de poder reaccionar ya tenías cogida mi mano impulsándome para que me levantase. 
Marchamos apresurados por un sendero rodeado de plantas mojadas, notaba la tierra húmeda en mis pies y el vuelo de mi vestido bailaba al compás del aire dirigido por el rápido ajetreo de nuestras huellas.
Paró en seco, unas hojas entrelazadas cortaban el paso, las retiró con delicadeza y allí estábamos, era de esos lugares que solo existen en tu imaginación, o eso piensas. Unas rocas apiladas en forma de escalera por las cuales corría un pequeño reguero de las altas montañas todo ello rodeado por una densa vegetación dejando pasar los rayos de Sol justos para aclarar la vista, era maravilloso. Nos sentamos en la última, la más alejada, la sonata que interpretaba el agua era inexplicable. 
Me rodeó una de sus manos por mi cintura con suavidad y yo me quedé mirando su tez aún mojada y cómo las gotas se columpiaban en sus pestañas y nariz. 
Me acerqué a su sonrisa, nuestras pupilas jugaban mientras su mano acariciaba la constelación formada por los lunares de mi cuello. Tus labios se perdieron en los míos, estaban congelados, un frío se propagó por todo mi cuerpo... Ojalá sintiera ese frío todos los días.

domingo, 18 de mayo de 2014

Ésta va por ti.

Un frío día de invierno del 2008 tu voz se apagó, tus ojos ya no brillaban y tu carmín rojo ya no ha sido utilizado más. Tu alma se fue, ya no ha de volver.
La nana que me cantabas ya no ha vuelto ha sonar, la melodía fue mutilada.
Echo de menos tumbarme a tu lado mientras que me acariciabas la mejilla para que me durmiera y luego me dabas un beso en la frente, solías decirme que era para protegerme de las pesadillas, no recuerdo si era cierto pero se que a veces fingía tener miedo para que no te separases de mi. Supongo que algo de temor si que tenía a que te marcharas y no regresaras.
Cuando me despertaba me dabas una magdalena y una onza de chocolate puro era algo habitual, luego tomabas mi mano y con tranquilidad íbamos al patio donde me recogías el pelo, siempre con una coleta, decías que así se me veían mejor mis ojos color avellana; yo nos les veía nada en especial pero a ti te encantaban.
Tu sonrisa me iluminaba el día y tus ojos bañados por un azul cielo son imposibles de olvidar.
Algo cotidiano era regar los rosales que tu tanto cuidabas sobre todo los de rosas blancas. Siempre acababa empapada y me sentabas en una vieja silla al Sol, detestaba estar al Sol pero pronto me desenfadaba cuando te acercabas a darme un caramelo de café, siempre de café.
Un día enfermaste no parecía nada grave, la última vez que te vi me dijiste que no me preocupase que no importaba donde estuviese que me iba a seguir cuidando, no tendía nada; ahora todas esas palabras cobran sentido. Tres días después de aquello me dejaste, seguiste aquel camino inhóspito.
En este momento no puedo hacer más que llevarte una rosa blanca de aquellos rosales, aún están ahí; y escribirte estas palabras ahogando las letras con mis lágrimas mientras contemplo tu última foto.
Siempre estarás aquí conmigo, protegiéndome.
Te quiero, abuela.

lunes, 12 de mayo de 2014

Carta Número 73.

Lunes 12 de mayo de 2008.
- Hace un año que ya no estás aquí, extraño cuando me cogías la mano sin razón y apretándomela me mirabas con una sutil mueca.
Ya no he llorado más como te prometí, aunque es muy duro, intento tragarme todas mis penas y la amargura y sonreír, como me dijiste.
Se me hace tan grande la cama pues aún no me he acostumbrado a que tu lado esté frío y que te aroma ya no se perciba; siempre llevo tu foto, es lo único que me queda.
Hoy he vuelto a ir al estanque donde solíamos ir, ¿te acuerdas? Ya no es lo mismo.
En el viejo puente asomada contemplando mi reflejo aún tengo la esperanza de que aparezcas por la espalda, para tirar piedras al agua como de costumbre.
Bajé y me descalcé las piedras de la orillas se me clavaban en los pies y entonces sentada metí los pies en el agua, estaba helada pero poco me importaba pues quería volver a esas tardes en las que jugábamos como niños en el agua y al final siempre me abrazabas por detrás, tus dedos merodeaban mi ombligo y tus labios besaban mi mejilla.
La suave brisa me recordaba cuando me acariciabas con las yemas de tus dedos apartándome el pelo de los ojos, que poco te gustaba que lo llevase en la cara, mientras que yo fruncía el ceño, me gustaba llevarlo alborotado.
Nuestro árbol no está, ya ninguna sombra me cobija, sólo queda una parte del tronco. Me quedé hasta que la noche oscura fue iluminada por la Luna llena y me tumbé preguntándome:
¿Dónde estás? ¿por qué a ti? He de decir que ahí rompí la promesa y una lágrima brotó de mí, pero pronto la paré en seco con mi dedo índice. Antes de irme arranqué una margarita, tu preferida y la dejé en el tronco.
Sé que nunca te podré dar ésta carta pero me gustaría tanto que bajaras un momento de ahí arriba, la leyeras y juntos ver el último amanecer.


jueves, 1 de mayo de 2014

La melodía olvidada.

Tarde nublada, el Sol había muerto y las gotas de lluvia se suicidaban en el cristal, tarde de melancolía y olvido.
Me senté en el piano para olvidar los lúgubres recuerdos de tu falta.
Acaricié las teclas del piano con las yemas de mis dedos, estaban heladas, el frío se propagó por todo mi cuerpo dejándome en imposible todo intento de desempolvar tu melodía. Comencé a deslizar mis dedos en busca de alguna canción, pero tropezaban en las teclas, sólo hacía sonar disonantes melodías, paré y me quedé allí sentada frente al piano sin hallar la respuesta a aquellas desafinadas notas. Me levanté y salí fuera a ver cómo llovía, no tenía bastante con verlo desde la ventana. Notaba como las gotas besaban mi piel y el viento acariciaba mi alma, extendí los brazos para que las gotas bailaran libremente en mi cuerpo, me sentía libre.
Entré para adentro y me sequé junto al fuego observando como la llama de la chimenea se consumía, aquello me hizo pensar. Me puse en pie y fui a por la guitarra, hacía tanto que no la cogía, pero cuando coloqué mis dedos en las cuerdas no podía evitar el añoro de tu calor cuando posabas tu mano sobre la mía y se fundían en una sola en los trastes, mientras que tus labios conocían mi cuello.
Dejé el instrumento y me quedé allí frente a la chimenea viendo como poco a poco se consumía la luz hasta quedarme en una absoluta oscuridad, echando en falta tu melodía.