Oí un ruido y antes de poder reaccionar ya tenías cogida mi mano impulsándome para que me levantase.
Marchamos apresurados por un sendero rodeado de plantas mojadas, notaba la tierra húmeda en mis pies y el vuelo de mi vestido bailaba al compás del aire dirigido por el rápido ajetreo de nuestras huellas.
Paró en seco, unas hojas entrelazadas cortaban el paso, las retiró con delicadeza y allí estábamos, era de esos lugares que solo existen en tu imaginación, o eso piensas. Unas rocas apiladas en forma de escalera por las cuales corría un pequeño reguero de las altas montañas todo ello rodeado por una densa vegetación dejando pasar los rayos de Sol justos para aclarar la vista, era maravilloso. Nos sentamos en la última, la más alejada, la sonata que interpretaba el agua era inexplicable.
Me rodeó una de sus manos por mi cintura con suavidad y yo me quedé mirando su tez aún mojada y cómo las gotas se columpiaban en sus pestañas y nariz.


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