miércoles, 23 de septiembre de 2015

Tu mar en mis ojos.

Tu mar en mis ojos, de un soplido me arrancaste todos los despojos. 
Te deuda fue mi porvenir y ahora es la duda que se instala cada vez que te alejas.
¡Qué paradoja verte dormir a mi lado!
Antes era un suspiro que se dibuja en el techo de mi habitación cuando el insomnio me inundaba por la noche.
El próximo nivel de este juego que tanto te engancha es que mi corazón se desabroche sin que la culpa oponga algún reproche. Comencemos.
Se desató la guerra entre las ganas y el deber, tú me bombardeas en mis puntos débiles, jodido capullo.
¿Qué hacer cuando el destino te gasta esta broma macabra?
Propongo una tregua entre tu falta de razón y mi maltrecho corazón.
¿Lo sientes verdad? Son los escalofríos anteriores a la tormenta que se acerca sobre la almohada.
Mi mano, tu nuca, el roce.
Mi pelo, tus dedos, un juego de enredos.
Énfasis, hachís, haz que esto tenga un final tremendamente feliz.
Café para dos, canciones a medias, alegrías que ya no tienen nada que exigir, tu clavícula como punto de apoyo.
Y, ¡joder! ¿Quién quisiera ir a Berlín pudiendo quedarse en tu cuello a vivir?

Tu mar en mis ojos. 
Entremés.
El reverso de historia no tiene fin, yo me escondo entre tus versos, y tú, intentas controlar el juego de mis excesos. Mala jugada.
Ando sobre arenas movedizas, cada vez que te siento, tiemblo, me desestabilizas, termino por caerme desde la cornisa de tu sonrisa.
Me lo he jugado todo a una carta, estoy sin blanca. En el bolsillo sólo llevo un papel, donde está escrita la ecuación sin resolver de dos enamorados, que después de la batalla, a gritos a la mala suerte espantaban.
No me mires así, yo soy más de letras que de números. 
Por eso, quiero escribir poesía sobre tu espalda, analizar la métrica de tu risa, sin prisa, llenarte de tópicos el pelo hasta que se te enrede y reducir todo tu cuerpo a tan sólo una metáfora.
Quiero, contigo, darle otro sentido a los poemas de amor de Neruda, a las canciones de Sabina y a los libros de John Green.


Tu mar en mis ojos, y hoy, quiero navegarlo. 


sábado, 5 de septiembre de 2015

Chiquilla del vestido rojo.

Y de repente todo cambió, tú cambiaste.
Lo empezaste a ver todo de otro modo, todo se volvió confuso, no te encajaban las piezas, dudabas de ti y de todo lo sensato. Y en la locura que te invadía encontraste la cordura que nunca tuviste.
¿Será el correr de las horas muertas lo que te ha hecho marchitar?
Chiquilla del vestido rojo, que aquella mañana gris le dabas color a la estación, ¿quién te ha robado la sonrisa? ¿Acaso fue aquel huracán con el color del mar en los ojos?
Tus ojos ya no brillan de esa manera, qué digo, ya ni si quiera brillan. Se han vuelto un par de ocasos negros escondidos entre dos abanicos, que ya solo viven al brotar una lágrima de ellos, cuando el mundo se te cae a los pies y comienza a llover sobre la almohada.

Ayer, tirado en la vía, encontré agonizando ese sueño, que desde pequeña perseguías sobre cualquier circunstancia del destino.
Me pidió clemencia, que alguien le devolviera a la vida. No era yo la indicada, y se quedó allí tirado en la vía.

Tú, chiquilla del vestido rojo, soñabas con salir de aquí, recorrer el mundo. Ver cómo vuelan los pájaros en Portugal, la risa de un niño alemán y cómo se enamora la gente en París.
Ahora sólo te preocupa tapar las cicatrices de tus alas cortadas, de ver como cada mañana se refleja el paso del tiempo en tu cara; la tez más pálida, las ojeras más marcadas.
Te empeñas a vivir en la madrugada, entre poemas de Neruda y Machado, perdida en el desvanecer de las horas.
El amanecer llega, y con él, otro día diáfano, si por ti fuera, engañarías al Sol,con el vuelo de tu vestido rojo, para que se escondiera.

-¡Sal de ahí, revélate de una vez! (Te dije)
-Cállate, no sabes nada. (Me dijiste. A continuación, te prendiste un cigarro, me miraste con desprecio y volviste a retomar la frase.)
-No, no sabes nada. La revolución de un corazón roto no tiene valor ninguno, cuando una parte de ti no tiene esperanza de resurgir en la batalla. (Con esto concluiste y un recuerdo te resbaló por la mejilla)

En ese momento, clavé tus ojos con los míos, conseguí encontrar mi voz e intenté atar un par de palabras:
-Cuando una historia desvanece en el lastre de un recuerdo, no te aferres a la tempestad de un corazón marchito, no te escondas en la soledad de la lluvia de abril, que la tristeza y la derrota no te calen los huesos. Y jamás dejes que la flor de tu espíritu se deshoje, viva en el ayer y muera en el olvido.

Me miraste, no con los mismos ojos, y saliste corriendo hacia el horizonte.

No, no fui detrás de ti. Y ahora me pregunto:
-Chiquilla del vestido rojo, ¿que habrá sido de ti?

-¿Seguirás siendo invierno o ya habrá florecido la primavera en ti?