viernes, 20 de junio de 2014

Carta suicida.

Acurrucada Carla en su habitación, acercándose las rodillas al pecho, lo volvió a hacer. Apretando una almohada con su mano izquierda para soportar el dolor, se cortó. Pensaba que era una forma de controlar los conflictos, pero sólo conseguía perder las riendas de su vida. Cada corte era un problema, y cada gota de sangre un motivo más para volver a repetir aquella escena. Las bandanas ya no conseguían tapar las heridas.
Recuerdo que todo empezó por las muñecas, para probar; al notar que era una sencilla forma de huir continuó con las piernas, y de ahí siguió hasta su vientre.
Se acariciaba las cicatrices, mientras veía la vida pasar entre analgésicos, golpes y psicólogos. No la entendían, el viento no soplaba a su favor.
Poca era la atención que recibía en su des estructurada familia, su padre alcohólico las abandonó hace ya dos años y su madre nunca estaba en casa, trabajaba día y noche. Al ser hija única siempre estaba sola en casa, y nada ni nadie controlaba lo que hacía, nadie le paraba los pies. No iba al instituto, se saltaba las clases y se iba a la estación de tren, por el andén solía saltar de charco en charco, de dilema en dilema. Allí se encontraba con su única amiga Lara, la cual tenía serios problemas con las drogas. Un día, como otro cualquiera le ofreció para consumir, esperando a que dijese que no como de costumbre, Lara ya retiraba la bolsita pero entonces, Carla le agarró la muñeca incitándole a que le diera, ya todo le daba igual. Ese mismo día, una fría noche de abril, desmontó su último sacapuntas.
Mareada, se sació con los brazos, envolviendo cada vena por fuertes marcas. Había sangre por todos lados; ya tenía cerca el afilado cuchillo, cada vez los cortes más profundos, dolorosos... Mortales.
Con sus últimos alaridos escribió estas palabras:

-Lo primero mamá quiero agradecerte tanto tiempo a mi lado, tranquila no llores ahora estaré bien, me cuidará la abuela. Esto no podía evitarse, durante estos años me he dado cuenta que no importa como seas, lo que realmente valora la gente es el exterior. 
He intentado ser fuerte pero, lo siento

fui, soy y seré débil como el miedo a la muerte. Necesitaba escapar, siento cada lágrima que derrochéis por mi, algún día hallareis el perdón.

Fdo: Carla 


Poco después a las 2:04 am, murió desangrada.
Nadie la recordó, pues ninguno consiguió sobrevivir a la garras de la Parca.
Sola hasta el último momento porque... ¿Quién iba a querer a la chica de las muñecas cortadas?


domingo, 8 de junio de 2014

Color carbón.

-Me senté al lado de la chimenea, el calor que desprendía hacía más llevadera la fría tarde de otoño. Las doradas hojas se posaban en el suelo para dormir. Mis pupilas se clavaban en el fuego, intentado engañar a mi cabeza, pero pronto mi cerebro reaccionaba y se revelaba contra mi; haciendo así recordar todo. Las primeras palabras, los más pequeños detalles, la primera guerra, la última tregua...El último adiós. Me tumbé en la extensa alfombra, mirando el techo con ojos vacíos. Rememorando aquellas tardes cuando nos íbamos al barranco, sentados, apoyaba mi cabeza en tu hombro, mientras que los últimos exiguos de luz se refugiaban en el horizonte, las olas rompían con fuerza en las rocas y los granos de la fina arena corrían de un lado a otro dando vueltas. Tu dedo recorría mi espalda dibujando mariposas, justo las que sentía yo en aquel momento.
Volví a la realidad, el cielo ya estaba anaranjado y los pájaros entonaban su último canto. Fui a por una taza de chocolate caliente, necesitaba endulzar aquella amarga tarde. En frente de una de nuestras últimas fotos, la cual tenia que guardar ya, empecé a soñar despierta con uno de nuestros últimos buenos momentos. Me acompañabas a casa, como cada viernes por la noche. Descansábamos en el mismo banco de piedra de siempre, en aquel pequeño parque. En frente de la fuente a la cual tirábamos piedrecillas intentando matar el tiempo hasta que, como siempre, yo te tiraba una y salía corriendo. Tú me perseguías por todos lados, yo hacía como que no quería que me atrapases,pero en realidad lo estaba deseando. Cuando me pillabas me cogías a la altura de mi cintura, acariciando mis caderas. Te acercabas, nuestras sonrisas hablaban y los besos jugaban a perderse mutuamente en nuestros labios.
Desperté y volví al presente, con mal sabor de boca pese a la bebida que me estaba tomando. Agarré la almohada con fuerza, pues sabía que venía la escena final, cuando el telón bajó y nadie aplaudió. Mirando la última flor que me dedicaste, ya seca, me comenzó a venir todo. Esa tarde oscura te confesé aquello, mirándote a los ojos, negros como el carbón  los cuales ya no brillaban ahora me miraban con rabia. Empezamos una batalla de palabras, que se clavaban como puñales. Te miraba, llorando sin comprender nada. En ese momento todo se apagó, tu sonrisa ya no venía a verme, tus caricias se esfumaron y tu voz ya la olvidé.
Y es ahí cuando comprendes que de los engaños y las emociones se crea una falsa realidad...
Una dulce mentira.

domingo, 1 de junio de 2014

44 días.

Rose era una de esas tantas chicas tímidas, poco sociables, esas que se sientan en última fila, y que cuando tienen oportunidad se meten con ellas. Rose prefería quedarse encerrada en su habitación explotando su imaginación sobre un folio en blanco, mientras escuchaba música.
Nunca le había importado las palabras envenenadas que le inyectaban cada día; pero hubo un momento en el que le dijeron una palabra, una simple palabra, la cual arrastraba un sin fin de agrios recuerdos, pues ella en el pasado lo pasó muy mal por aquello... ¡Gorda!, hizo como si nada, pero le caló tan hondo que nadie pudo notarlo. Caminando de vuelta a casa aún rememorando aquello, se quitó con fuerza los auriculares aunque estaba sonando su canción favorita, le era imposible escucharla. Llegó a su cuarto y se sentó en frente del espejo, se levantó la blusa, cabizbaja rompió a llorar, acabó por tapar el espejo; le daba asco lo que veía. Pasaban los días todo era cada vez peor, no quería pisar la calle, a penas comía, lo poco que comía lo vomitaba y comenzó a llevar cada vez ropa más ancha. Vivía en una pesadilla constante, ahogada en sus complejos y miedos, su única compañera fiel era la blanca Luna. Pasó el tiempo concreta mente 44 días, retiró la sábana del espejo, se puso en frente y se levantó la blusa, como la última vez. Las costillas ya se le marcaban en su torso y su clavícula hundida mostraba las consecuencias de aquel trastorno; pero ella no se veía así; para ella esa realidad era incierta, se veía más gorda. Acariciándose las ya marcadas ojeras notó como de sus vidriosos ojos nacía una lágrima que terminaba por ahorcarse a la altura de su cuello, temblando se levantó, cerró los puños con fuerza y con uno de ellos golpeó con sequedad el espejo, haciéndolo añicos. Los vidrios clavados entre sus nudillos y la sangre que los rodeaba no parecía importarle; los recogió, se dirigió al baño y los dejó encima del lavabo. Llenó la bañera con agua tibia, se desvistió y se sumergió. Debajo del agua reflexionaba sobre la idea que había tenido de desaparecer, que por valentía o cobardía, según se mire, no había llevado a cabo. Sacó la cabeza para tomar aire y se quedó mirando un trozo de espejo afilado y brillante, estiró el brazo y lo cogió. Se reflejó en él y pudo ver como el maquillaje negro de sus ojos ya le tapaba la tez. Introdujo el cristal en el agua, a la altura de sus muñecas y el agua se tiñó de rojo.
Rose consiguió huir de aquel oscuro sueño.