Abril, el mes de los poetas de carretera y las musas de alcoba.
Lleva la dama, un vestido azul que desentona con su mirada de niña triste.
El vuelo del vestido, canta sórdidas baladas desconocidas que caen en el eco de las calles encharcadas.
Los pies, escondidos tras unas zapatillas manchadas de prisa y ajetreo, intentan no pisar las grietas del suelo, pues ella es una mezcla de aquella niña inocente y supersticiosa, que solía ser, y el resultado de aquel choque contra el muro del desengaño.
El bolso, agarrado con fuerza, para que no se escapen todas las mentiras, complejos y sueños precarios que lleva dentro.
Los labios sellados para que no se le escape, entre dientes, algún "te quiero" en vano.
Tiene los ojos pardos, habitualmente bañados en sal de mar, donde la marea juega a bajar cuando necesita crecer.
En su voz rompen las olas con bravura y, cuando el silencio reina en ella, la noche cae rendida a sus pies.
Vive entre versos de hojalata y canciones de Sabina; cuando algo le sale a derechas, pone en duda su alegría.
Quiere echar a volar pero, está amarrada a la cruda realidad.
La dama de azul muere por uno de esos poetas de carretera, ser su musa; y mustia, espera a que se deshoje el calendario, y se le hace tan largo el invierno que, de inquietud, muere taciturna la primavera.
