Y tus ojos se volvieron poesía y me recitabas versos callejeros procedentes de la comisura de tus labios. Leía en braille cada lunar de tu cuerpo, y los unía formando un camino de miguitas de pan hasta la galaxia de tus mejillas, donde las estrellas jugaban hasta explotar, dejando pequeñas motitas color café. Pongamos que hablo de tus pecas.
¿Dónde estará la fórmula para despejar la incógnita que tienes enredada entre tus pestañas de marfil?
Esas pestañas que, cuando pestañeas desquebrajas todas las faldas de Madrid.
Supongo que ese era el problema, que desquebrajabas todas, y yo era otro retal más que creía tener un as es la manga, pero esta vez los dados no fueron a mi favor.
Y me vestí de mala suerte. De prosa en prosa, no consigo olvidar aquella noche dónde las despedidas eran orden del día. Donde me disparaste un adiós a la izquierda del esternón, sí, justo ahí. Y yo me tiré por última vez de cabeza desde tu sonrisa nerviosa. Cayeron mis pulsaciones, con picos de vértigo se escondieron bajo el suelo. Y es cuando el tiempo se paró en invierno.
Tú atardecías antes de tiempo, y yo amanecía demasiado temprano.
Tú eras de salir con bajo cero, y yo de esconderme bajo las sábanas.
Tú eras diciembre, y yo noviembre con complejo de primavera.
Yo el vuelo de un vestido y tú el filo de un cuchillo.
Luna nueva y luna llena.
Muerte y vida,
vida y muerte.
El paso del tiempo fue envejeciendo y se oxidaron las vías de tu clavícula. Ya no haces malabarismos con mis manos y yo no hago equilibrismo en tu espalda. Camino entre la espada y la pared, por si en algún tropiezo del destino, encuentro aquellas motitas color café. Hasta entonces todo permanece en stand by.
París se quedó a ciegas,
el calendario se deshojó,
los poetas se han declarado en huelga,
los locos son señalados por la razón.
Se bañaron las calles de utopías,
y tus ojos no volvieron a ser poesía.
